Llevar a cabo un estilo de vida saludable incluye: correcta alimentación, niveles adecuados de actividad física y reducción de hábitos tóxicos. Esto es esencial para la prevención de las enfermedades cardiovasculares.
Durante las últimas décadas se han llevado a cabo investigaciones que ponen de manifiesto que la dieta de los países del sur de Europa, llamada Dieta Mediterránea, es una de las mejores formas de alimentarse –tanto por la variedad como por las características de sus componentes-. En contraposición con las modernas formas alimenticias industriales (que contribuyen a la aparición de enfermedades cardíacas, circulatorias, obesidad, etc.), la dieta mediterránea se basa en los principios biológicos establecidos hace cientos de años. La dieta mediterránea es más que una cocina y unos productos de la tierra, es también una forma de vida.
Comer es una necesidad, pero también un placer. Y tanto el placer como la tradición van de la mano en la dieta mediterránea, ya que no rechaza ningún alimento, y quizás éste sea el secreto de su permanencia en el tiempo, pues las dietas que prohíben algún tipo de alimento están condenadas al fracaso –a corto o a largo plazo-.
Las características de esta dieta tradicional se basan en el alto consumo de productos de la tierra: vegetales, frutas, legumbres y hortalizas –ricos en fibra, vitaminas y minerales-; un consumo moderado de vino y grasas, con predominio de las contenidas en el aceite de oliva, frutos secos y pescados; y, en menor medida otras carnes animales y quesos.
En el Mediterráneo se come de todo. La clave está en hacerlo con moderación.
La dieta mediterránea ayuda a evitar los errores nutritivos más frecuentes: la sobrealimentación, la subalimentación, el exceso de grasas saturadas, proteínas provenientes de la carne y de azúcar y derivados y el consumo insuficiente de frutas, verduras y legumbres.
La combinación equilibrada de todos sus componentes permite comer platos apetitosos y mantener la salud.